Felipe Díaz Pardo, (Madrid, 1961) es licenciado en Filología Hispánica y compatibiliza
su tarea docente –como profesor de Lengua Castellana y Literatura, como
director de Instituto y, actualmente, como Inspector Técnico Central del
Ministerio de Educación, Cultura y Deporte– con otras relacionadas con el mundo
literario, ya sea a través de la creación o de la investigación.
Del
doble empeño de docente y escritor, dan cuenta varias publicaciones, algunas de las cuales han visto a la luz con nuestra editorial. Ha
coordinado la creación de materiales didácticos, algunos de ellos para
Internet, como el Proyecto Cíceros, elaborado a instancias del Ministerio de
Educación, Cultura y Deporte.
Por otra parte, ha publicado libros sobre temas
educativos (Cómo gestionar un centro de Secundaria, La LOE pregunta a pregunta,
Cómo aprender a enseñar, Manual para profesores inquietos, Bendita crisis),
varias novelas (Las sombras que nos persiguen, La humanidad de los dioses,
Tanto motivo sin fisura, La casa de las almas soñadas), un libro de relatos
(Dioses, hombres y fantasmas), una novela juvenil (La factoría de los sueños) y
una antología sobre cuentos de Galdós (¿Dónde está mi cabeza? y otros relatos).
LAS VENTAJAS DEL ESCRITOR DESCONOCIDO
A pesar de haber publicado una
docena de libros, uno sigue siendo un escritor desconocido. No ha de pensarse
que esta afirmación contiene conato alguno de pesimismo o rencor. Antes al
contrario. Y menos aún si el escritor desconocido cuenta con la madurez vital
que le proporcionan la edad y con la autonomía económica que le concede una
profesión más o menos respetable, fruto del estudio y la dedicación y cuenta,
por último, con la libertad de no sentirse atado a géneros, modas y desplantes
de unos editores que, en ocasiones, desprecian el trabajo de quienes le
proporcionan la materia prima de su empresa y en ocasiones intentan
aprovecharse de las ingenuas ilusiones del autor novato. Me refiero con esto
último a la pléyade de supuestas editoriales que ofrecen últimamente sus
servicios de ¿coedición? en sus más diversas y ocurrentes versiones cuando el
autor envía manuscritos con el objetivo de publicar su obra y se ve halagado al
día siguiente por esas empresas que están dispuestas a editar su libro como si
de imprimir estampitas de la primera comunión se tratara para repartir entre
los amigos y familiares.
El escritor desconocido, para su
consuelo, se siente admirado, con más o menos intensidad y aprecio, por sus más
cercanos conocidos. Ven en él a alguien diferente, a una persona cercana que
dispone de una habilidad negada a la inmensa mayoría. Pero en realidad, y eso
quizá no lo tienen en cuenta, este amigo que tanto estiman no hace más que
encauzar sus inquietudes, aficiones y entretenimientos por la senda de las
letras, en sus más diversas manifestaciones: unas veces reflexiona sobre la
práctica profesional que le da de comer; otras ensaya ejercicios literarios en
el cuento y la novela; y otras, se enfrasca en sesudas investigaciones,
motivadas por el interés que aún mantiene por la materia que estudió en su
juventud.
Asumido el papel que le corresponde,
los efectos de los medios de comunicación tampoco afectan en gran medida al
escritor, por cuanto que poco o nada se ocupan de él, a excepción de alguna
reseña promocional sin apenas repercusión que, de forma mecánica y rutinaria,
distribuye la empresa editorial entre las direcciones de un listado de contacto
de prensa ordenado alfabéticamente en una base de datos. Si hay suerte surge
alguna entrevista, breve y telefónica, en alguna emisora de radio a la que le
sobren unos minutos en un programa de horario tan intempestivo como inútil o,
incluso, llegando al colmo de toda buena fortuna, podrá ser llamado por alguna
televisión, que enlata contenidos culturales para distribuirlos luego en las
horas más bajas de la audiencia, o por un canal de poca monta que dedica el
tema de la tertulia de ese día a algo que tiene que ver con su libro. Y ya ni
hablemos de la crítica, buena o mala, de sus escritos, siempre inexistente, a
no ser que provenga de un buen amigo que le reconozca alguna virtud y tenga la
posibilidad de lanzarle algún piropo.
No obstante, y a pesar de todo, una
convicción le queda siempre al escritor desconocido: considerarse tan bueno
como otros colegas de profesión, que han conectado con gustos, temas de modas
impuestos por una sociedad cambiante, superficial y mercantilista, o que han
dado con la ocasión oportuna para alcanzar la fama, por muy ocasional e intrascendente
que sea. Por eso, si antes una carta formal y distante de la editorial de turno
rechazaba su obra le hundía en la zozobra y en el desencanto absolutos, ahora
sabe que cada negativa no es más que una simple opinión más, carente de
auténticas razones, en la mayoría de los casos, y una oportunidad más para
seguir adelante. Que no va a desanimarse en su vocación de componedor de
textos, los cuales ahora más que nunca responden a su intención de expresar lo
que desea expresar sin condicionantes ni ilusiones de principiante.
En conclusión, cuando no se alcanza
el éxito, para un escritor desconocido todo son ventajas.
Por Felipe Díaz Pardo