Luis Quiñones Cervantes (Madrid,
1977), es licenciado en filología por la Universidad Autónoma de Madrid y
profesor de literatura en un IES de la capital. Desde hace once años compagina
la escritura con la docencia. Bloguero desde 2007, reconstruye en su bitácora, Autobiografía por escribir, la memoria colectiva y la individual, mezclando el relato, la
poesía y el artículo de opinión. En 2008, publica su primera novela, El retrato de Sophie Hoffman, narración
que combina la autobiografía de un poeta ficticio de la Generación del 27 y la
novela policiaca. Ha escrito también para diversos medios electrónicos e impresos, y recientemente ha
publicado su segunda novela, Los papeles
de Madrid. En el siguiente artículo, su autor ha querido darnos algunas de las claves de su
novela y de su forma de entender el propio género.
LA REALIDAD Y LA HISTORIA COMO IMAGINARIO COLECTIVO
Los papeles de Madrid no es una
novela histórica, ni tampoco es una novela policiaca, aunque lo parece. Si
acaso es lo contrario si existiera este género: novela antipoliciaca y
antihistórica. Y, sin embargo, tiene mucho de ambos subgéneros narrativos. En la
novela, si se escribe con cuidado, todo puede caber y Los papeles de Madrid
tiene los ingredientes pertinentes, pero el resultado quería que fuera
diferente. De momento, aborda algunos de los problemas que me obsesionan, que
siempre que escribo están presentes de algún u otro modo. Por un lado, la
memoria, como ejercicio individual y colectivo. Por otro, las responsabilidades
de cada cual en el transcurso de los acontecimientos históricos.
Desde el punto de vista formal,
la novela aspira a ser un rompecabezas que el lector tiene que ir
reconstruyendo. El detective de esta historia quería que fuese el propio
lector, encargado de unir los pedazos, los fragmentos de vida que se van
ofreciendo desde tres tiempos diferentes: el ejercicio es muy parecido al de mi
anterior novela, jugar a un juego de apariencias que se van desvelando a lo
largo del libro. El perseguidor pasará a ser el perseguido, el investigador
pasará a ser el investigado. Y el asesinato, el crimen político o pasional,
resuelto solo por el lector.
Que nada sea lo que en apariencia
es forma parte también del proceso histórico en el que se desarrolla la novela
(y de la vida). El marco es el Madrid asediado del 36, donde las sacas y el
caos reinan después de que huya el Gobierno de la República a Valencia. Inevitable
no escribir de Paracuellos del Jarama o de las checas de los partidos que
tomaron el control de la capital. Pero había que escribir desde la misma
literatura, escribir sin partidismos ni desviaciones ideológicas. ¿Difícil? A
veces resultaba, pero solo había que dejar ante los ojos de los protagonistas
dichos acontecimientos, que son tan moralmente reprochables como sus propias
actitudes morales, y quizás las propias actitudes morales de todos los
lectores. Al fin y al cabo, todos formábamos parte de aquello, y seguimos haciéndolo,
por cuanto nuestro presente es el resultado de un largo proceso en el que nosotros
también desempeñamos un papel como ciudadanos.
No quería huir, sin embargo, de
la polémica. El relato de estos acontecimientos me interesaba por cuanto
escasea la literatura, escrita desde el invisible bando objetivo, sobre un
asunto tan espinoso. Dejar de mirarlo, no era fácil, porque sin quererlo los
protagonistas se iban convirtiendo en responsables también de lo que los rodeaba.
Y sus vidas, desde luego, como en la realidad, se verán afectadas por su propio
pasado reciente.
En definitiva la historia y la
vida se iban mezclando. Y la complejidad de la historia y de la vida están
presentes también en la novela. Serán los muchos o pocos lectores que tenga el
libro, los encargados de saber dónde empieza una y dónde termina la otra. Dónde
la invención y dónde la realidad, si es que la realidad no forma parte también de
un imaginario colectivo.
Por Luis Quiñones